10 jardines florales convertidos en hoteles de lujo
Si hay quien duda que el paraíso se alcanza al llegar al cielo, se va llevar una gran sorpresa al deslizar hacia abajo, pues desde OneIN, nos hemos encargado de enumerar los diez jardines de edén, ubicados dentro del planeta tierra, gracias a la cadena de hoteles Relais & Châteaux.
La experiencia en Relais & Châteaux es única y familiar, puesto que en sus establecimientos, invitan a cada cliente, independientemente de su procedencia, a embarcarse en un viaje de sabores deliciosos y a descubrir el arte de cada vivir que encierra cada cultura local y a compartir una experiencia tan incomparable como inolvidable.
Dentro de los más de 580 hoteles y restaurantes que tiene la marca alrededor del mundo, en esta ocasión hemos elegido a diez de las construcciones más fascinantes, no solo por sus cimientos, sino también por su historia, su oferta cultural y su convivencia con la naturaleza, teniendo en cuenta que muchos de ellos se han edificado en medio de <>.
Se trata de un paraíso verde que mira al mar. Su historia remonta a 1804, cuando el conde de Carvalhal construyó su quinta con vistas al océano Atlántico. Apasionado de la botánica y viajero experimentado, plantó miles de flores y árboles, algunos de ellos con más de doscientos años, incluido el impresionante pohutukawa de Nueva Zelanda. Su colección pasó a ser conocida como los legendarios jardines de Palheiro. Muchas de las plantas todavía son cuidadas por la familia Blandy, y otras, aunque endémicas, se introducen periódicamente en el parque de 150 hectáreas.

Conocido como un parque sin fronteras y tranquilamente podría ser una réplica bien hecha de un castillo de cuento de hadas. Está integrado en la naturaleza en una propiedad de 276 hectáreas, rodeada de campo, lagos, ríos y bosques. Los prados se extienden lánguidamente hasta las orillas del Owenmore y los árboles contemplan su reflejo en sus aguas repletas de peces. Los espacios vírgenes envuelven un jardín amurallado reservado para los huéspedes, quienes pueden explorarlo en compañía del jardinero, que cuida como un padre de sus flores y frutos.

A poco más de 500 metros del centro histórico de la ciudad, se encuentra la exuberancia italiana, tras la puerta de hierro de la villa, esta residencia del siglo XVIII destila encanto florentino a lo largo de siete acres de exuberante vegetación, entre aromas de lavanda y rosas. Los macizos de flores cambian de color a medida que pasan las estaciones, mientras que los cipreses extienden sus ramas hacia el cielo y los plátanos centenarios brindan a las diosas de piedra una agradable sombra. Perfecto para un paseo romántico.

- Relais & Châteaux Landgoed Hotel Het Roode Koper, Ermelo, Países Bajos
Los rosales, alineados como si estuvieran en un desfile unidos a la tierra, bordean los cuadrados de césped. Y ni una sola hoja sobresale de los setos de boj que cubren la finca de casi 3.000 hectáreas, diseñada al estilo inglés. Un precioso jardín, mezcla de magia, excentricidad y nobleza, se extiende alrededor de las distintas edificaciones: una casa principal tradicional, un cottage y algunas residencias con encanto salpicadas entre el bosque de Veluwe –declarado parque natural- y los páramos cubiertos de brezos.

Salvada in extremis de la especulación inmobiliaria gracias a una iniciativa espontánea de los amantes de los lugares únicos e históricos, La Villa della Pergola nos regala los mejores aromas del Mediterráneo, cuenta con 15 suites y dos hectáreas de jardín botánico. La palabra paraíso no describe suficientemente su profusión de plantas: se exhiben 5.000 especies, incluidas colecciones absolutamente únicas de agapantos y glicinias. Una gama de colores y aromas embriagadores que inundan los sentidos, uno tras otro, a lo largo de las horas y los meses.

En esta bonita posada estilo Hamptons, reina una obra maestra en dos colores, ubicada en la falda de las montañas Blue Ridge, donde las 18 habitaciones no tienen nombres de flores, sino de chefs famosos. En sus instalaciones, al chef Patrick O’Connell y a los comensales de su restaurante, con tres estrellas Michelin, les encanta pasear por sus jardines salpicados de flores azules, malvas y amarillas. También les encanta curiosear por el invernadero y caminar bajo la pérgola cubierta de plantas. En definitiva, un entorno rural donde vivir una experiencia epicúrea y excepcional.

Rodeada por la humedad del Pacífico, encontramos una explosión tropical con la elegancia de una casa colonial. Estuvo a punto de ser destruida hace 40 años, fue salvada, trasladada tablón a tablón y reconstruida a orillas del río Daule, y hoy alberga un enorme jardín tropical escondido donde plataneros, cacaoteros, plantas saprófitas, orquídeas y helechos. Cada una de sus 44 habitaciones tiene vistas a este exuberante enclave, en el que los loros y los monos araña compiten por el mejor sitio. La selva ecuatoriana en todo su esplendor.

Con los Alpes y el castillo de Vaduz de fondo, sus amplios jardines están salpicados de grandes matas de hierba mecidas por el viento que nos regala un idílico Verde oleaje. Un paisaje tan romántico en invierno –cubierto por un manto de nieve blanca– como en primavera, cuando abren miles de florecillas silvestres, o en otoño, alfombrado con hojas rojizas. Los huéspedes pueden disfrutar junto a los rosales y las enredaderas del hotel, con una copa de vino blanco y un plato de Appenzell, el queso local, que toma el nombre de la región.

Ubicado entre viñedos y colinas, está esta joya en su estuche, con solo dieciséis lodges, los que se benefician de una panorámica única que se extiende hasta Table Mountain. Laurence Graff, joyero y propietario del lugar, siente un gran afecto por la biodiversidad y la belleza salvaje de estas tierras africanas. Decidió que 350 plantas nativas que habían sido catalogadas por un botánico convivieran allí junto con especies cultivadas no invasoras y finos viñedos.

La pasión por la horticultura se convierte en monumento en esta finca victoriana del siglo XIX, con su mezcla de estilos, merece una visita tanto por sus jardines como por su interior, con carpinterías originales, vidrieras y 17 llamativas chimeneas. A principios del siglo XX, un jardinero sembró narcisos con tanta generosidad que sus corolas amarillas se apoderaron por completo del terreno virgen. La ciudad aprovechó los bulbos sobrantes para dar color a sus espacios públicos.
